Entras en Ball Arena y, ¡vaya!… lo notas al instante. No solo el parloteo, ni solo el eco de los patines. Hay algo más. Un zumbido. Un pequeño murmullo en el aire. Durante siete partidos de esta temporada, el Avalanche lleva el antiguo logo de los Quebec Nordiques. Los aficionados lo notan al instante. Algunos se inclinan hacia adelante, susurrando, señalando, riendo. Otros simplemente niegan con la cabeza en silencio. «Guau… eso me trae recuerdos», murmura alguien. Y piensas: sí, sí. Casi ves el pasado patinando junto al presente.
Los Nordiques. Siete temporadas en la AMS. Debutaron en la NHL en 1979. Se mudaron al oeste en 1995 y se convirtieron en el Avalanche. La historia no desaparece así como así. Al mirar ese logo, de repente piensas en antiguos estadios, héroes de los primeros tiempos, partidos con amigos o familiares. Goles marcados hace décadas. Peleas que hicieron saltar al público. Aplausos, gemidos, pequeños momentos que se quedan grabados. Y, de alguna manera, todo vuelve a la memoria con solo un suéter.
Mira el logo. Flor de lis, iglú, azul y rojo de la bandera francesa. “Nórdicos” — Norteños. Pequeños detalles, un profundo significado. El hockey no es solo un juego. Son historias. Victorias. Desamores. Aplausos. Quejidos. Risas. Pausas silenciosas. Te inclinas un poco, aunque ya lo hayas visto antes. Un niño tira de la manga de su padre, señalando. Alguien agita un dedo de espuma. Otro tropieza en las escaleras. Huele a palomitas. Perritos calientes. Hielo. Todo vivo. Todo presente.
Y luego Joe Sakic, miembro del Salón de la Fama. Dos veces campeón de la Stanley Cup. Leyenda de la franquicia. Camina despacio, camiseta en mano. Seleccionado en el 87, transferido en el 95, se quedó toda su carrera. Se levanta la sudadera. Silencio. Solo por un momento. Entonces la multitud estalla. Aplausos, silbidos, abucheos. Algunos aficionados se quedan mirando, paralizados. Esa pausa, ese reconocimiento compartido: eso es historia viva. No solo en la tela, sino en la sala, en la multitud, en el sentimiento.
El jueves, Avalanche debuta con los clásicos contra los Carolina Hurricanes. También llevan sudaderas retro. Siete partidos. Siete oportunidades. Patines tallando hielo. Palos repiqueteando. Disco rebotando. Los aficionados gritan, aplauden, sonríen discretamente. Dedos de espuma saludan. Teléfonos parpadean. Lo notas todo. Vuelves a oler palomitas. Perritos calientes. Hielo. ¿Lo sientes? De verdad.
Estas camisetas son más que mercancía. Son puentes. De Quebec a Denver. Del pasado al presente. De jugadores a aficionados. Décadas de goles, peleas, desamores, victorias, derrotas, todo en una sola camiseta. Durante siete partidos, el hielo se convierte en escenario. El legado y el presente se fusionan. Sonríes. Animas. Recuerdas. Y por unos instantes, el pasado cobra vida de nuevo, patinando frente a ti.
